EL MANTO PROCESIONAL DE NTRA. SRA. LA VIRGEN DE LA SOLEDAD
Breves apuntes históricos
El Manto procesional que luce todos los Viernes Santo la talla de Nuestra Señora la Virgen de la Soledad, tiene unas dimensiones aproximadas de 4 metros de ancho por 5 metros de largo y fue bordado en oro durante la segunda mitad de los años cuarenta del siglo pasado por las RR.MM. Adoratrices de Logroño sobre terciopelo negro de Lyon. Su coste fue sufragado por el pueblo de Logroño en suscripción popular convocada en el año 1945. Se recibieron además múltiples donativos para obtener el oro con el que se bordó, destacando el donativo anónimo de una señora que aportó tres kilos de oro además de lentejuelas del mismo metal y riquísimos encajes.
Su diseño es de don Francisco Javier Rodríguez Garrido (1905-1954), nacido en Madrid en 1905 de padres riojanos, quien estudió Bellas Artes en la Escuela de San Fernando donde coincidió con Salvador Dalí entre otros. Cuñado del arquitecto logroñés don Agapito del Valle, con quien colaboró en el ornato de varios de sus edificios, fue catedrático de dibujo del Instituto Sagasta y un importante pintor de retratos y de murales para diferentes edificios e iglesias.
La decoración está realizada con la técnica del bordado “barroco” donde se emplean diferentes hilos de oro y elementos metálicos, lentejuelas, torzal, aguas, moteado, canutillos y laminillas; además de incorporar algunas joyas y pedrería. Muchos de los elementos se bordaron directamente sobre el soporte mientras que un pequeño porcentaje se realizó con relleno de lana, cartulina y papel engomado. Luce el escudo de la antigua Hermandad de la Pasión y el Santo Entierro y bajo los adornos del Manto se guardaron por las bordadoras pequeños papeles con peticiones y oraciones a la Virgen.
El Manto de la Soledad se mantuvo en su estado original durante más de setenta años, habiendo sido objeto únicamente de ligeras intervenciones, realizadas fundamentalmente en los años 1990 y 2009, por lo que acabó presentando un importante deterioro estructural que requería de una intervención de restauración en profundidad, incluyendo el traspaso de todos sus bordados a un nuevo soporte de terciopelo.
El Manto fue estrenado en las calles de Logroño un 14 de abril de 1949, en la Procesión de El Encuentro, que por entonces se celebraba en Jueves Santo. Cuentan las crónicas de la época que, en aquella primera salida, la solemnidad y devoción llenaron las calles mientras los cofrades avanzaban con paso firme y el Manto, impregnado de historia y significado, fue portado con reverencia, con sus pliegues ondeando con la esencia de la tradición que unía a la ciudad en un acto de fe compartida, resaltando cada detalle bordado con esmero, en silencio y recogimiento en un vía crucis de emociones, donde la fe se entrelazó con la tradición, tejiendo un vínculo indeleble entre el pasado y el presente.
Restauración y traspaso
La restauración y traspaso del Manto de la Soledad ha sido llevada a cabo, durante un período de dos años, por el taller malagueño de don Sebastián Marchante Gambero; artesano bordador que cuenta con más de tres décadas de reconocida trayectoria profesional y que ha aplicado a esta restauración la atención, respeto y cuidado que toda obra artesanal, perteneciente tanto al patrimonio como a la memoria colectiva de los logroñeses, se merece; restaurando la obra que nos legaron nuestros mayores y traspasándola íntegramente a un nuevo soporte de terciopelo. Además se han corregido, en lo posible, los inevitables efectos del tiempo y del uso a lo largo de tres cuartos de siglo para una obra de estas características y antigüedad, mejorando y recuperando también algunos bordados y piezas que, a lo largo de la vida del Manto, se habían perdido o habían sido repuestos o añadidos sin la finura o calidad del trabajo original.
Cada hilo tejido y cada tonalidad restaurada reflejan la habilidad y la dedicación del taller, destacando la importancia de preservar no solo la estética, sino también la esencia espiritual que la Soledad de Logroño representa.
Esta intervención no solo ha revitalizado la estética de la pieza, sino que también ha contribuido a la conservación a largo plazo de este patrimonio artístico y religioso, asegurando que el Manto de la Soledad de Logroño continúe siendo un testimonio vivo de la tradición artística y devocional de la Semana Santa logroñesa.
¡Gracias!
Sabed, Señora de la Soledad, que nuestra ciudad os tiene hecha, tiempo hace, la espiritual ofrenda de un manto. Ansía prender de vuestros hombros un manto con cimbras de oro, bajo el que mostréis vuestros ojos profundos y amargos y vuestras blancas manos – las bíblicas manos que fueron versos de Salomón- en vuestro pecho recostadas, sígnando la cruz del sometimiento.
Pronto tendréis el manto, Virgen de los Dolores, que ha de ser la concreción de nuestras caricias, la concreción de nuestras ternezas hacía Vos.
Así ha de ser y así os lo dice hoy el corazón de esta ciudad de Logroño, que no sabe de la tierra estéril, ni de la fuente sin agua, ni del labio sin oración, ni del alma sin luz.
José María Lópe Toledo - 1948
En marzo de 1948, un año antes de culminar aquel ansiado sueño, una verdadera hazaña en el Logroño de carestía y racionamiento de los años cuarenta, escribía estas palabras el escritor José María Lope Toledo, recordado en una calle de esta ciudad, en el folleto que editaba para aquella Semana Santa la Hermandad de la Pasión y el Santo Entierro.
Con un gran esfuerzo y el apoyo generoso de muchos ciudadanos anónimos y el largo y arduo trabajo realizado por las Hermanas Adoratrices y muchas jovencísimas internas, la Hermandad fue capaz de estrenar el nuevo Manto de la Soledad, el 14 de abril, Jueves Santo, de 1949, en la procesión de El Encuentro.
Desde entonces, el pueblo de Logroño lo ha podido contemplar cada Semana Santa por las calles del Casco Antiguo, primero sobre aquellas antiguas andas de ruedas de la Hermandad y, desde 1965, a hombros de los portadores de la Cofradía de la Soledad.
Y es ahora, al cumplirse exactamente 75 años de su primera salida a la calle, cuando nuevamente con un gran esfuerzo personal y económico de todos los cofrades de la Soledad, y el apoyo más que generoso del pueblo de Logroño con sus pequeñas o grandes donaciones, se ha logrado completar su restauración integral y traspaso en los talleres del artista bordador don Sebastián Marchante Gambero (Málaga, 1972) quien ha realizado un minucioso trabajo de análisis previo, desmontaje, limpieza y restauración de todos y cada uno de los bordados y elementos del Manto, respetando los sistemas y técnicas utilizados originalmente en su confección (incluso cuando sean técnicas menos utilizadas modernamente), siempre con la filosofía de recuperar el esplendor de la obra original tal y como fue concebida y que, de manera honesta con la historia del Manto, las nuevas piezas e hilos repuestos sean apreciables para el espectador, por lo que no se han recurrido a técnicas de oscurecimiento para confundirlas con las originales.
Se ha confeccionado un nuevo soporte de terciopelo de la máxima calidad, con sus entretelas y forro especial, resistente y más antideslizante, otorgando mayor rigidez y prestancia a la pieza, sobre el que se han colocado todos los bordados restaurados, corrigiendo las deformaciones sufridas en el pasado para reproducir lo más fielmente posible el diseño original.
Igualmente, se han rectificado algunas intervenciones posteriores, realizadas con peor fortuna y escasos medios económicos, sustituyendo los añadidos posteriores y reponiendo algunos materiales perdidos con nuevas lentejuelas, hilos y cristales de talco artesanales de la mejor calidad. Como broche de todo el proceso, se ha recuperado el enmarcado con encaje con el que se diseñó el Manto originalmente, habiéndose confeccionado más de 15 metros de longitud de un nuevo encaje de similar factura y diseño que el original, con hilo metálico con baño de oro, realizado completamente a mano por una artesana con la técnica del bolillo.
Todos los cofrades de la Soledad son conscientes de su responsabilidad como depositarios de esta importante pieza del patrimonio artístico y devocional de nuestra Semana Santa, que hoy volvemos a contemplar en todo su esplendor, sintiendo un legítimo orgullo por haber podido preservar para las próximas generaciones una parte del legado que nos dejaron nuestros mayores.